Imaginario al andar
Juan José Valencia – Lena Peñate Spicer

Al caminar formulamos un relato propio de la poética del andar que se configura por sí mismo, un relato dotado de sentido crítico mediante el diálogo en imágenes de lo que percibimos al andar. Sobre la topografía del paisaje urbano, al andar, se selecciona y se fragmenta el espacio recorrido, “se saltan los nexos y otras partes enteras”. Son las excursiones a pie también un ejercicio de resistencia, aún más si se va ligero de equipaje. Aunque el camino, en sí, sea intertextual.

El registro de la cadencia del paso al andar contrasta con la percepción del paisaje urbano percibido a través de la velocidad propia de la ciudad. El detenerse, deviene tanto en la actitud del ir como en la del estar. Sobre nuestros pasos hacemos memoria y surge la posibilidad de percibir la ciudad de otro modo y de establecer otro tipo de encuentro con el Otro.

Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje. Los rótulos de las calle deben entonces hablar al que va errando como el crujir de las ramas secas y las callejuelas de los barrios céntricos reflejarse las horas del día tan claramente como las hondonadas del monte.

Walter Benjamin, Infancia en Berlín hacia 1900, 1950

Imaginario al andar
presenta una poética de la mirada en localizaciones situadas en la ciudad de Santa Cruz de Tenerife y su área liminar. Se trata de un ejercicio de dispersión sobre este paisaje urbano. El resultado es un proceso, que se constituye a modo de poética visual, en un periplo periurbano con la lógica y el sentido del caminar como práctica estética.

Si aceptamos que la ciudad provoca una “intensificación de la vida nerviosa” que raya la esquizofrenia, abandonarnos a la dispersión supone un trance de la mirada que ocupará nuestras percepciones y experiencias.

La Zona es tal vez un sistema más complejo de trampas...
no sé lo que ocurre allí en ausencia del hombre,
pero apenas llega alguno, todo empieza a moverse.
La Zona es tal como la hemos creado nosotros, es
como nuestro estado de ánimo,
no sé lo que ocurre en ella, no depende de la Zona,
Eso depende de nosotros.

Andréi Tarkovski, Stalker, 1979

En el ejercicio de recorrer y leer los lugares intermedios, en su doble acepción de desecho y recurso, aquellos espacios difíciles de comprender o de proyectar, se dibuja una cota entre o un paréntesis. Su intertextualidad posibilita la lectura de los territorios híbridos, entre la ciudad y el campo, de los espacios vacíos o baldíos y la producción de imaginarios “inmateriales”. Una manera de tramar significados, sucesiones y recorridos otros, sobre la ciudad difusa en un itinerario extraviado en el tiempo.
El relato del caminar configura entramados dislocados tanto en tiempo como en espacio. Vuelve visible los procesos de cambio del territorio, los lugares anestesiados de la ciudad; los espacios vacíos, silenciados o los de su ruina. El reconocimiento del territorio implica la forma de relacionarnos con ellos, de habitarlos y de relacionarnos con los otros.

La ciudad de Santa Cruz de Tenerife radica su complejidad de análisis bajo el enfoque de su reciente reconfiguración que recuerda a la clásica ciudad panóptica, con sus dos torres incluidas, y sus latentes procesos de gentrificación que se ramifican siguiendo el curso de su articulación estratificada. Se trata de una urbe “en cuesta” que se extiende por ramblas y avenidas y se dispersa a través de sus barrios. Se compone de varios núcleos de un km2 que, como en la mayoría de las ciudades, hacen que los servicios básicos no se encuentren a más de un km de distancia.

De forma paradójica, aún después de las considerables inversiones llevadas a cabo a través de diversos planes de reconfiguración urbana de importancia, sus barrios radiales, situados en la horizontal del terreno escarpado de la costa, suponen y disponen un abandono junto a la estigmatización de muchos de ellos en relación al centro de la ciudad.
Esos barrios de extrarradio, de contextos liminares, ponen en evidencia una discriminación de uso y disfrute del espacio público, e incluso de la esfera pública. En estas zonas, salvo aquellas promovidas por los vecinos, no proliferan, por así decir, demasiados espacios para hacer vida en común. Se ordenan como espacios sin espacio aunque, de forma alternativa, se hayan planteado soluciones en altura y de autoconstrucción.
Muchas veces constituyen el reverso, la vista posterior de la ciudad a la que tan poco se quiere mirar o, incluso como decimos de forma coloquial, parar en ella. Aprovechando precisamente el carácter ambivalente de la periferia, las instituciones políticas han eludido en gran medida su responsabilidad a la hora de solventar el declive urbanístico o de tan siquiera el de asegurar su igualdad respecto a otros núcleos. Desde los intentos de reestructuración urbana se ha proyectado una continua desposesión (territorial y colectiva) que pervive con la falta de continuidad urbana (entre barrios) subrayando aún más si cabe la segmentación social. Los barrios que la conforman, conocidos mayoritariamente como barrios obreros, se mantienen como lugares re-significados donde al transitar por ellas se tiene la impresión de que más que lugares concretos, constituyen reservas de posibilidades.
Representan la propia contradicción de las zonas que ya han sido gentrificadas, afectadas por la recalificación y el planeamiento del mercado inmobiliario del urbanismo neoliberal. Pareciera que en estos ángulos muertos,
convergen y divergen acontecimientos espaciales donde todo queda por hacer y en consecuencia, todo puede pasar.

De forma reiterada constituyen el territorio de los desplazados, el de los no-ciudadanos, más, el de los parias y el de los discriminados en auge creciente por discursos políticos neoliberales y ultraconservadores.

El progresivo incremento de esos espacios-Otro se relaciona con los ciudadanos conforme van adquiriendo un protagonismo en sus vidas como escenarios para realizar alguna actividad de su quehacer comunitario. Es en ese momento cuando se convierten en imprevistos espacios comunales, en aparente contradicción a sus iniciales usos privatizadores, es decir aquellos no lugares ejemplificados en las denominadas “áreas de nueva centralidad urbana”: creación de grandes zonas comerciales, nuevas vías de circunvalación, entre otros servicios, donde el espacio público liberado ha sido expoliado o inutilizado. Esta reestructuración tipológica de la ciudad es la de mayor afección en cuanto a que constituye uno de los estratos más evidentes del paisaje metropolitano contemporáneo. A su vez, esto queda traducido en una repercusión socio-geográfica en aquellas zonas no directamente afectadas por los diversos planes de reestructuración urbana.

Desde el caminar se aprecian esas disonancias y es al caminar precisamente cuándo y dónde podemos establecer relación, igualarnos en un espacio de transformación pública.

A lo largo de la realización del proyecto llevado a cabo durante un año caminamos abandonándonos a las condiciones habituales, cotidianas o por costumbre que rigen el plano. El proyecto se articula a través de tres ejes de pensamiento: lo cartográfico, lo ciudadano y lo caminado. Desde la experiencia del caminar generamos un imaginario que vertebra un ideario sobre el propio disponer urbano. La experiencia del andar hace que nos cuestionemos resultando en la construcción de una experiencia en sí. Por medio del paseo nos circunscribimos de forma transitoria sobre los espacios y los tiempos de los lugares, desde dentro y desde el afuera.

Si entendemos que la ciudad es un palimpsesto crónico, es decir, propio del tiempo y de los tiempos, la ciudad fragmentada se nos muestra estratificada, generacionalmente discontinua y es, mediante el caminar desde donde reflexionamos de forma crítica sobre sus relaciones e interconexiones.
Nuestras prácticas de agotamiento suponen un ejercicio de resistencia para con el espacio crítico andado. En este sentido, al transgredir el espacio, la mirada invierte los matices y los códigos cotidianos. La ciudad deviene un escenario urbano donde poner en práctica tácticas de desplazamiento tanto físicas como mentales.

Los solapamientos de los diferentes discursos urbanísticos, su mutabilidad y su planeamiento suponen un acicate para nuevas dotaciones de posibilidad, para el encuentro y el desarrollo del ejercicio de extravío. Esas nuevas dotaciones debieran estar consensuadas, y en ellas destacaría la interlocución e integración de los propios ciudadanos respecto a los lugares que la habitan y transitan, así como el papel protagonista de la gente de barrio para establecer interlocutores. Nos interesa ese sujeto de barrio que establece confianza con el vecindario, que habita el espacio público de otra forma y con otra querencia, preservando la comunidad en la que se encuentra. Esa es la ciudad de la que habla la activista urbana Jane Jacobs: una ciudad popular, en el territorio de la proximidad.

La mutación del paisaje urbano resulta de la interrelación de las maneras y las formas de comprender las necesidades de todos los miembros de una comunidad. Mediante la praxis de la caminata horizontal establecemos vínculos que formulan capacidad de análisis de la ciudad. Se trata de un diálogo que no dejamos de mantener al caminar.

El transeúnte se encuentra de esta forma en la disyuntiva del abandono. abandono a la caminata receptiva a lo contingente y lo imprevisto produce un itinerario difícil de describir desde la parálisis y lo estacionario. Existe un rango infraordinario que establece un paisaje determinado. Ese rango está presente en la mirada del caminante de este proyecto: no deja de caminar sin dejar de leer; los vecinos, los conocidos de vista son los que establecen una participación a pie de acera, una sociabilidad de proximidad y de primera mano. La inclusión de todos los miembros de la comunidad y su integración en la vida colectiva de una ciudad responde al orden físico y de relaciones interpersonales que debiera quedar reflejado y fundamentado en toda planificación urbana.

Las conductas y los comportamientos generan una gramática del modo de estar-juntos. Nos encontramos, además, en un contexto del que hemos salido progresivamente del estado de bienestar, para adentrarnos en un profundo e incierto estado de malestar. Las ciudades constituyen ese muestrario misceláneo de las diferencias sociales. La interacción entre ciudadanos a través del incremento de espacios públicos propiciarían el intercambio y la comunicación.

Hemos tratado de situarnos en ese margen de la nueva gramática de la ciudad y en una manera en el que se podría plantear un modelo determinado teniendo en cuenta no solo grandes trazados arquitectónicos y urbanísticos sino también la poética del espacio caminado en sí mismo. Desde la experiencia del caminar se generan e interrelacionan condiciones y elementos que aportan una visión holística para un desarrollo urbano y global.

Aún una inmensa parte de modelos industriales y de desarrollo sitúan al sujeto contemporáneo bajo un fuerte control de la técnica y el diseño productivo.
Cabría citar en este contexto el modelo atmoterrorista expuesto por Peter Sloterdijk que plantea que, el uso de gases, fuera visto por muchos como el amanecer de un mundo nuevo, preso del dominio de la técnica y del diseño productivo. Tal y como señala el autor en Temblores de aire. En las fuentes del terror: existen dos fotomontajes de Heartfield para la revista AIZ -el nº 42 y 52 de 1933 y 1935- donde se establece una curiosa relación entre gases, nubes y cielo igualmente enrarecido. Parece, como indica Nicolás Sánchez Durá, “como si en el futuro los hombres debieran habituarse a sobrevivir clausurados ante un medio irrespirable a rastras con su propia atmósfera”.

En ese escenario de lo desolador se encuentran las ciudades de los que se encuentran forzosamente en el exterior, afuera, una ciudadanía liminar, desplazada, que conforma ciudades de exclusión como son las ciudades de los refugiados. Ciudades de emergencia y excepción, lugares transitorios que exponen el derecho al asilo y al huir de la guerra.

En contraste, el sujeto contemporáneo ha tomado la forma de sujeto múltiple, de entidad colectiva que cuestiona y que configura imaginarios propios de su tiempo. De esta manera entendemos que la velocidad en el tiempo y sus ritmos, su cadencia, es lo que posibilita una nueva lectura para el espacio de lo extemporáneo por su capacidad crítica al margen del mainstream.

Existe una escenografía propia que nos ayuda a preguntarnos por el crecimiento de las ciudades e incluso cómo existe una voluntad de ser una gran ciudad. El desarrollo desmedido ha derivado en desiertos de ladrillo. Colmenas vacías y por hacer, que tan bien recrea Hans Haacke en sus Castillos en el aire, en el que muestra el Ensanche de Vallecas como consecuencia de la burbuja inmobiliaria y de la especulación.

Esas escenografías son las que proliferan por muchas ciudades españolas. Por otro lado, esta situación ha derivado en la llamada vuelta al campo o la tan ansiada realización de la okupación de pueblos abandonados. Existen, además, nuevos modelos de comunidades que desean una calidad de vida en armonía con el medio ambiente ya sea dentro como en el afuera de las ciudades. Esa convivencia crítica y ligada al disenso es la que otorga capacidad de cambio a la entelequia de lo que consideramos urbano. Los grupos de autoconsumo, los foros ciudadanos y las excursiones a pie posibilitan una nueva cartografía donde lo analizado sea el flujo de la crítica, la energía, los lugares comunes, los bienes públicos o el procomún.

Precisamente los desequilibrios energéticos, que no solo se producen en España, como el denominado impuesto al Sol, ejemplifican el desprecio por la capacidad rizomática de la sociedad para crear redes de consumo energético ergonómicas e inteligentes. Son antagonismos claros de cómo no queremos consumir como prosumidores la vida de los que están por llegar.
La dotación de minicentrales eléctricas al conjunto del entramado de la ciudad y la promoción del autoconsumo en contra de la privatización son maneras de exponer una política de la explotación en contra de una reserva del medio ambiente en pro de la diversidad. Es esta era geológica transformada por la humanidad, la que sacude el ecosistema y la que pretende establecer relaciones de poder a través de sus residuos y de su energía. De esta manera proponemos abrir el debate neocolonial o postcolonial que se asienta en sus estructuras globales, es decir, que sopesa el equilibrio global y no la masificación desestructurada del planeta y el agotamiento del mismo.

Los futuros ciudadanos tendrán que revisar la muerte del sistema ciudadano al que se nos tiene previsto educar (o en el que estamos educados ya). Tendrán que asumir planes de convivencia para recuperar la agencia en la esfera pública. Es tiempo de hibridar el pensamiento y de establecer nuevas fórmulas creativas de socializar.

El espacio que genera el abandono de los combustibles fósiles debe ser planificado, cuestionándose la crisis del sujeto desplazado. Los discursos de la identidad deben ser superados y los nacionalismos estatales o de provincias cuestionados. Existe un escenario paralelo que es el que responde a las preguntas de la globalización, ese escenario se proyecta en lo local y desde lo local. Es el relato próximo de la narración de los desplazados de nuestro siglo.

Las ciudades participativas tendrían la capacidad de incluir al Otro en el debate y de transferir poder de la diferencia. Devendrían en sociedades equilibradas que propiciarían el diálogo y el encuentro. Una ciudad nómada que equipare lo inevitable del tránsito. No serían ciudades para establecer muros sino de lo contiguo. Serían lugares para formular prácticas espaciales que promoviesen un multiculturalismo sin exclusión social que fomente el respeto al Otro.

La pérdida de bienestar y desarraigo nos ha situado como sujetos desplazados que habitan en un flujo entre capas de una economía postcolonial. En palabras de Sandro Medrazza “las islas se convierten en fronteras extractivas contemporáneas” como es el caso de Lampedusa. Medrazza destaca el carácter epistémico del discurso postcolonial. Se trata de cuestionar las normas de la geopolítica del conocimiento. Nos muestra un campo de estudio, de tensiones más que un paradigma.

Jan Gehl, en su libro Ciudades para la gente, da cuenta de la importancia de pensar la escala y la dimensión humana de las ciudades. Esa dimensión democrática de la ciudad contemporánea es un factor que entra en contraposición con las prácticas del espacio público en los regímenes totalitarios. La escala humana contrasta con la señalética de gran formato, los edificios exentos se agrandan al igual que el espacio en general. Es el momento de recuperar la ciudad, la escala destrozada y dotarnos de una escala de un imaginario a pie.

Los llamados bordes blandos de las ciudades ayudan a sociabilizar. Dentro del lenguaje arquitectónico constituyen el entre en la ciudad, entre lo público y lo privado. ¿Cuánto tiempo pasamos en el espacio público? Existen elementos y lenguajes arquitectónicos propios de la ciudad popular, viva, que facilitan su función de integración y comunicación. La “casa terrera”, con su azotea, o el zaguán son ejemplos en el escenario liminar canario.

Si los bordes no cumplen su función, el espacio comprendido dentro de ellos nunca cobrará vitalidad.

Christopher Alexander, Un lenguaje de patrones, 1977

Permanecer en zonas de tránsito, entre la esfera pública y la privada es la estrategia a seguir para las ciudades que aspiran a ser buenas ciudades para el encuentro y la escala/dimensión humana (sociables, sostenibles, colaborativas…)

Una línea visual sin obstáculos y contacto visual entre el interior y el exterior es lo que genera oportunidades para sumar experiencias. Podríamos hablar de fachadas abiertas que no impidan el contacto visual entre el interior y el exterior, así como una comunicación y niveles de ruidos óptimos. Se habla de 60 decibelios (dB) como el máximo aceptable para una conversación variada a distancia normal. También el equipamiento urbano podría contribuir o facilitar los encuentros en el espacio urbano.
Serían ciudades a la altura del ojo donde no abundarían plantas bajas de edificio inactivas.

Es hora de estar en el mismo barco tal y como Rudy Gnutti plantea en su documental. En este film, donde confluyen, entre otros, las teorías de Zygmunt Bauman o Serge Latouche, se cuestiona qué capacidad tenemos de elaborar propuestas para el próximo milenio y la forma de habitar en común este planeta.

Los imaginarios participativos resultan clave para entender la lógica de estos enunciados. Se trata de vislumbrar un lenguaje y una cultura visual atemperada, analizando las necesidades de la vida conjunta para ponerla en valor.

Gayatri Spivak nos señala en su libro ¿Puede hablar el subalterno?, la situación del oprimido y su voz, en un presente evanescente. Un sujeto entendido también como narración de los modos de producción. Según la autora, “el trabajo humano no es intrínsecamente barato o caro. Ello va a estar asegurado, más bien por la ausencia de leyes laborales (o por su aplicación discriminatoria), por un Estado totalitario (a menudo implicado en la modernización en la periferia) y requisitos mínimos de subsistencia por parte del trabajador”.

Es tiempo del activismo online y de mantener una esfera pública viva en los ámbitos propios de las aceras y de la red. De cuestionarnos globalmente una serie objetiva de valores y hacer una puesta en valor de los mismos. Abandonar, por consiguiente, los discursos políticamente correctos, aunque manteniendo un debate a la altura de los discursos complejos de su tiempo.

La ciudad contemporánea depende de su calidad de escala y de lugar. Las ciudades proyectadas desde abajo y desde dentro obtienen resultados óptimos, en contraste con las que se piensan desde arriba y desde fuera. Todo esto se produce con la intención de mejorar la escala de la ciudad, con el objetivo de lograr una buena ciudad a la altura de los ojos. Sería interesante estudiar el espacio público y la vida para construir ciudades para las personas que contemplen la dimensión humana.

Es preciso matizar el tipo de caminata realizado durante este año. Ya de por sí, aunque no todas tienen la misma genealogía, todas ellas componen un imaginario: desde la zona liminar de Santa Cruz – La Laguna a áreas más o menos críticas o emblemáticas. Marcas de modelos de desarrollo y de compromisos con el territorio. Constituyen el imaginario de una problemática en relación a la perdurabilidad en el tiempo de la crítica al escenario, ya que, las huellas se borran mientras uno camina.

La memoria de un año caminado por Santa Cruz constituye la memoria de un cambio, de un cambio en nuestros cuerpos y en el relato intertextual del propio hecho del caminar. El hecho de andar desplazó tópicos propios de la identidad de la misma y ensayó una mirada abandonada. Gradualmente fuimos localizando hitos que generaban nuevas identidades, florilegios que describían fechas y conmemoraciones, vacíos. Espacio baldíos a los márgenes del camino. Escenarios a escala de la gente.

Es en esos márgenes del constructo del tiempo en los que nos hemos movido. Nuestra memoria es la memoria de una franja que practica la horizontalidad en tiempos en los que el sujeto no quiere estar alienado de sí mismo, sino que lo que desea es tomar conciencia del camino.

¿Por qué caminar? Caminar es la respuesta. Para mí, que caminar no es una teoría, caminar no es un material artístico; la caminata es una experiencia, es una forma artística de pleno derecho. Tras varios días caminando tengo la impresión de que puedo pensar con mayor claridad, surgen preguntas y lucho mentalmente para contestarlas. La caminata artística contribuye de forma creativa al espectro de las caminatas tradicionales.

Hamish Fulton, Siete caminatas cortas, 2005

Este proyecto ha sido producido gracias a TEA Tenerife Espacio de la Artes.

2017

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